2007/03/25

Estas son las mañanitas


Historia del nacimiento de Mariana, hija de nuestro lector más fiel


Casi sobre las 11:30 PM, del 2 de diciembre de 1999, nos despertó una serenata de mariachis, para alguna vecina del conjunto. Por aquellos misterios de la sexualidad femenina, mi esposa sintió el deseo de ver la serenata. Y por aquellos misterios de la sexualidad masculina, yo intenté agarrar el sueñito nuevamente.

Patricia se volvió a acostar, y al momento, sintió que no encontraba acomodo, y se levantó de nuevo (se fue para la sala a “descansar”). Yo, casi me vuelvo a dormir, cuando de pronto dije “será que ya va a nacer Mariana”? Cuando se lo pregunté, ella me lo confirmó.

Habíamos decidido que para ese instante, íbamos a reaccionar con mucha calma y en medio de todo, gracias a Dios, así fue. Yo, me puse a acompañarla en la sala y después empezamos a arreglar la maleta en cuestión (había una de emergencia en el carro), y a lavar ropa, a arreglar el apartamento. Éramos los locos mas calmados que a las 2 de la mañana se dedicaban a esos menesteres!!!

Mientras tanto, las contracciones se iban acercando mas y mas entre sí: sobre las 2 30 AM, estaban sucediendo cada 5 minutos, así que llamamos al Ginecólogo, quien no le dio mayor importancia al asunto (padres primerizos, habrá pensado). Así transcurrió la madrugada y sobre las 5 AM, decidimos llamar a mis padres, para contarles. Mi mamá quedó rezando en casa. Sobre casi las 6 AM, salimos a recoger a mi Suegra (que se enteró cuando llegamos a su casa tan temprano) y nos fuimos para la clínica escogida: un viaje lento para que los huecos de las calles, no precipitaran el aterrizaje de mi princesa.

Al llegar, con la calma de psicólogo que tiene previsto todo (o eso cree el), pasaron minutos eternos, para que una medico revisara a Patricia. Al hacerle el tacto, pidió hablar con el Ginecólogo y la comuniqué por el celular (la clínica tenía la maravillosa idea de buscar en una agenda de hojas raídas, el teléfono de su consultorio). Y la doctora le repetía (“yo creo que es importante que venga pronto doctor, su pacientica ya está lista”). Seguramente el tenía la idea de que los padres primerizos estábamos exagerando con la llamada de las 2 30 AM. Sobre las 8 AM, unos 15 minutos después de la llamada, vieron pasar a un señor corriendo despavorido por el parqueadero rumbo al área de obstetricia.

Sobre las 8 30, después de varias contracciones muy intensas en donde Patricia, Mariana y yo, parecíamos uno solo, dado el abrazo (de espaldas a ellas) tan fuerte que le daba a mi esposa (según indicación del Médico), tocaba ir al quirófano. Mariana iba a nacer por parto natural pero era conveniente preverlo todo. El psicólogo que tenía todo analizado, había decidido meses antes, que entraría al parto de su hija; sin embargo, en ese momento, me asusté mucho y dije que no; Patricia, me dijo que si, que ella me necesitaba ahí y yo me vestí con la ropa quirúrgica.

Después de unas pocas pero valientes pujadas, pude ver como asomaba la cabeza de mi hija y le dije a Patricia, “ya viene”. Ella hizo el último esfuerzo y a las 8:42 AM, nació Mariana. El doctor me dijo, “córtele el cordón”, yo no me sentía capaz, pero el me impulsó a hacerlo con expresiones poéticas respecto a que le iba a dar la libertad a mi princesa. Finalmente, fui capaz de hacerlo y me fui con mi hija y la pediatra que le hizo la primera valoración. “Esta normal”, me dijo; y yo descansé. Poco menos de media hora después, nos fuimos para la habitación: mi hija iba en el regazo de su mamá, pidiendo ya comida. Se veía tan hermosa.

Al rato, me animé a cargarla y recuerdo que no podía dejar de verla, de admirarla, y de darle besos en su frente. Llegaban los primeros familiares a visitarlas, pero yo sentía una fuerza muy grande que me impulsaba a solo ver a mi princesa dormida, entre mis brazos, y a besarla, a besarla siempre.

El psicólogo que tenía todo tan previsto, había olvidado un pequeño detalle: las flores que merece una nueva madre en ese día. Salí medio desorientado a la calle (tenía 2 horas de sueño si acaso, y toneladas de presión en mis hombros), a intentar encontrar unas rosas que siquiera se parecieran en algo a mi princesa; no pude encontrar nada mas allá de unas simples flores que tal vez a otros le parecerían hermosas pero que para mí, eran corrientes al recordar a mi muñeca.

Hoy, gracias a Dios, no me canso de besar y consentir a mi princesa y tengo claro que la mejor vacuna para los problemas afectivos de mi hija, es el afecto puro e intenso que le podemos brindar.

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